Toma de contacto.
Nervios.
No conocemos la sala.
Es pequeña y huele raro. Como a cueva de murciélago. Tiene
un enorme espejo en un lateral y unos focos criminales, dignos de una prisión
de máxima seguridad, de esas que aparecían en las películas de los años
setenta. Pero como para ensayar un montaje de estas características no necesitamos
gran cosa, estamos felices como perdices.
Tamara es aplicada como una estudiante de internado británico,
así que se sabe el texto al dedillo. Yo soy pesado como un catedrático de latín,
o una soprano gorda. Así que la pobre me mira de vez en cuando con expresión
rara. Me alegra que no tenga a mano ningún objeto contundente.
Nota: ¿Debería comprarme un casco?
Insisto en que inicialmente, al aproximarnos a un
personaje, funcionan mucho mejor los sentimientos que la cabeza. Acercarse a un
texto dramático al principio de una manera analítica es un error, a mi modo de
ver. El personaje debe apoderarse poco a poco de ti. Debes crear con
sensaciones, con las tripas. Ya habrá tiempo de academicismos.
Tamara dice que sí. Que vale. Pero yo oigo los engranajes
en su cabeza. Ric rac, ric rac.
Nota: Tirar todos mis libros de Peter Brook. Es una
influencia nociva.
Pablo nos hace las primeras fotos. Son chulas. Hablamos del
vestuario y de la escenografía. ¿Debería estar el féretro de Felipe en escena?
¿Juana lleva un hábito o un vestido? ¿De qué color es el caballo blanco de
Santiago?
Tamara no tarda en coger el hálito de Juana. Es firme,
decidida. Pero le cuesta retener al personaje.
Vamos bien. Pero tenemos mucho trabajo por delante.
Nota: He decidido llamar a la sala de ensayos la Batcueva. Mola.
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